Me fascina cuando algo torea mi capacidad de asombro, una sensación que, a medida que pasa el tiempo, se puede volver más esporádica e improbable.
Por eso me atravesó esta vertiginosa crónica del periodista Cicco, que salió publicada en la revista C del diario Crítica, sobre su experiencia con una sustancia psicotrópica llamada salvia divinorum, que tiene la capacidad de movilizar y toquetear capas muy profundas de la conciencia.
Para quienes no lo conocen, Cicco es el cultor pionero a nivel local del periodismo Gonzo, -él lo llama periodismo border-.
Breve referencia: El periodismo Gonzo plantea
un acercamiento directo y vivencial con la realidad, el periodista es co-protagonista de la
historia, y el contexto y la subjetividad son el eje del relato.
El padre de este subgénero fue Hunther Thompson, a quien una revista deportiva le encomendó una crónica sobre una famosa carrera de motocross, en el estado de Nevada; pero el tipo partió con un fabuloso arsenal de drogas hacia una aventura alucinante, y el resultado fue una crónica extensa que salió en la Rolling Stone, y luego un tremendo libro que agitó el periodismo y la literatura de los '70s.
A propósito: no se pueden perder la peli Pánico y Locura en Las Vegas, del tremendo Terry Gilliam, basada en el citado libro de Hunter, con el locazo de Johnny Depp y el feucho de Benicio del Toro.
Mi consejo sería: la nota de Cicco es larga, pero si llegaste hasta acá, es señal de que esta data te estaba esperando.
Pánico y locura en Almagro
Por Cicco
“¿Vio
que yo le dije que no era como fumar marihuana? Ustedes publican
cualquier cosa. Y ahí tiene las consecuencias.” ¿Quién es este tipo? ¿Y
de qué clase de publicación está hablando? ¿Me está diciendo algo a mí?
“Pero claro, si yo no se la daba a probar después iba a escribir que la
salvia divinorum es una planta re misteriosa y se iban a disparar toda
clase de rumores. Es mejor así, que la pruebe usted mismo y se de
cuenta”. Es gracioso. Realmente, nunca vi a este tipo en toda mi vida.
No sé quién es y no sé cómo llegó hasta acá y no sé por qué me habla de
cosas que no tienen sentido alguno. ¿Y qué hace ese otro hombre con un
extraño aparato en sus manos?¿Está tomando muestras luminosas de la
escena? Y, lo más importante, ¿cómo hago para pensar todas estas cosas
si estoy recostado en el techo?
Ocho horas antes
—¿El psicólogo Jorge Giménez?
—El mismo.
—Aquí
le hablamos de la revista C, del diario Crítica de la Argentina.
Estamos preparando una nota sobre la salvia divinorum, la planta
sagrada. Acaban de prohibirla en ciertas partes de Estados Unidos y
queríamos tener una experiencia con ella para poder contarla en nuestra
nota, ya que en la Argentina es legal.
—¿A las siete y media de la tarde les parece bien?
Durante
su larga carrera como psicólogo diplomado en la UBA, Jorge Giménez se
dedicó a hacer terapia lacaniana. Pero desde que descubrió, cinco años
atrás, a la salvia divinorum —hace 17 que estudia las plantas sagradas y
encargó la salvia vía correo—, se ocupa de un asunto un poco más
amplio: el despertar cósmico universal.
Él
dice que una planta bien suministrada equivale a un año de análisis.
“Por regla general, yo me entrevisto varias veces con la gente y analizo
si merece suministrarle o no la planta. Te podés imaginar que hay
patologías donde la salvia sólo aumentaría el problema. Hay que analizar
bien los casos”. Giménez fue el primero en introducir la salvia
divinorum en la Argentina, cinco años atrás. Y hoy es uno de los hombres
que más sabe del tema.
En
los foros sobre plantas sagradas, Giménez tiene aura de gurú. Un
experto que domina la química, la botánica, que estudió con sufis, con
budistas tibetanos y se formó en chamanismo con la tribu wichi. Es lo
que se llama un chamán urbano. “En un retiro de una semana, sin
adoctrinamiento alguno, se puede alcanzar el éxtasis. Luego cada uno
sacará sus propias conclusiones. Pero se puede”. Giménez sabe de lo que
habla y en algunos asuntos o es un visionario de la estatura de
Nostradamus o está, en su defecto, en otra frecuencia. Él sostiene, al
igual que los mayas, que en 2012 ocurrirá una tormenta electromagnética
solar que pondrá a la mitad de los seres del planeta en vilo, por no
decir, en el cajón y que la única forma de sobrellevarlo será gracias a
las plantas sagradas. ¿Vio las catástrofes naturales que se desencadenan
últimamente? Giménez las lee como un aviso de lo que vendrá.
No
es nada ilegal lo que este psicólogo hace con las plantas. Al
contrario. La salvia divinorum es perfectamente legal en la Argentina y
en la mayor parte del mundo, excepto en Australia, Italia, Corea del
Sur, Dinamarca, Finlandia, España y en algunas partes de los Estados
Unidos donde se aplican restricciones. “Es intrínsecamente ridículo
prohibir una planta”, dice Giménez. “Las plantas sagradas te conectan
con la mente del planeta, de la galaxia.
Se
necesita devolverlas a su contexto sagrado, de donde vinieron”. Dice
que la salvia es una planta noble. “El nombre aborigen significa
precisamente noble princesa. Los nativos mazatecas en México, cuando no
tienen hongos para sus rituales, utilizan la salvia. La salvia no se
parece a ningún alucinógeno. Los paisajes y sentimientos son totalmente
distintos. Y sirve para explorarse a uno mismo. No es una droga para
tomar en una disco”.
Al caer la tarde de ese mismo día, conoceríamos a Giménez, el chamán urbano, en persona. Es lunes. Anuncian tormenta.
Tres días antes
Voy
a ser franco. Los recuentos de experiencias con plantas sagradas y con
cualquier clase de drogas siempre me dieron una mezcla de risa y pena,
como si alguien me contara sus hazañas durante una borrachera. Nunca los
tomé muy en serio. Con los libros tampoco tuve mayor suerte. Nunca me
atrajo Carlos Castaneda ni sus andanzas con plantas, me parece que
vomita mucho. Me gusta, por ejemplo, el poeta
William
Blake pero cuando entra en trance místico, simplemente no lo agarro. Lo
mismo con Jean Cocteau y el opio, o los estados alterados de Philip
Dick. O los delirios de mescalina de Henri Michaux, a quien, por otra
parte, disfruto cuando está sobrio. Ni siquiera las legendarias
experiencias con peyote de Aldous Huxley que grababa con dictáfono y
aseguraba haberse mimetizado con su silla de mimbre. Pobre hombre:
¿mimetizarse con una silla?v¿Cómo es que toda esta gente seria e
inteligente sucumbióva semejantes delirios? ¿Qué pudo haberles pasado?
A
los viajes de la conciencia los llaman psiconáutica yvmuchos tienen la
política de no contarlos, pero otros sí. Escucho varias experiencias de
usuarios de salvia divinorum. Son como sueños de boca de un delirante.
Uno dice que volvió a ser un niño y a jugar con el perro en el patio de
su casa. Otro que se transportó a la prehistoria y convivió con
dinosaurios. Otro que llegó a una instancia donde descubrió el secreto
del universo. Otro que se fusionó con la ventana de la casa. Pablo
Graziano, periodista de la revista
THC,
especializada en cannabis, cuenta esta: “Cerré los ojos y sentí que la
cavidad craneana se abría. Tuve vértigo y entré a una suerte de
salvavidas de oscuridad, después empecé a ver chispas de luces”.
¿Salvavidas de oscuridad? ¿Por qué me cuenta semejante pavada, un
reportero de una revista comprometida y objetiva, que sacó un año atrás
el primer informe sobre la salvia en un medio de la Argentina? Y además,
¿por qué se lo escucha tan convencido?
El
efecto de la salvia divinorum, cuentan los usuarios, es como encender
un cohete: en un momento estás pitando una pipa, al siguiente, estás
atándote los cordones en la constelación Centauro. La guía del usuario,
escrita y provista en un sitio especializado en la web, describe seis
niveles de efectos: van desde la relajación y el incremento sensorial, a
la pérdida de la conciencia del cuerpo, la amnesia y la fusión con
Dios.
“En
el momento en que se consume la salvia, es muy importante que haya un
cuidador sobrio que te guíe física y espiritualmente”, explica Alejandro
Sierra, redactor de la revista THC. “Porque llegado el momento, la
gente se olvida incluso de que tiene la pipa en la mano y puede provocar
un incendio. La salvia no es para cualquiera”.
Catón Carini investiga desde hace años las llamadas plantas mágicas y el mundo de los chamanes urbanos. Es antropólogo.
Él prefiere llamar a su esfera de estudio plantas sagradas o maestras o
enteogénicas. El nombre es feo, pero a él le gusta. Dice: “El término
enteógeno es muy interesante porque quiere decir que promueve la
experiencia de Dios adentro: en-theos. Y eso es lo que experimentan
muchos al usar las plantas sagradas. El término planta mágica alude más a
un uso lúdico, totalmente contrario al fin que se le ha dado a estas
plantas por milenios. Ahora bien, si hay una planta inapropiada para el
uso lúdico, o sea que no implique un ambiente seguro, controlado y
guiado por alguien experto, esa es la salvia divinorum. Tiene una alta
potencia de su compuesto activo y se distingue también por sus viajes
cortos, cuando es fumada, a diferencia de la ayahuasca o de los hongos
que producen efectos de seis a ocho horas. La experiencia con salvia
tiene algunos patrones generales, como la visión o presencia de una
entidad o deidad femenina llamada ‘diosa de la salvia’ que puede
enseñar, ayudar y curar a los que la ven”.
La salvia divinorum es
calificada como oniroide. Es decir, en lugar de disparar alucinaciones
visuales, despierta un sueño consciente. Hasta hoy, los científicos no
se explican cómo actúa neurológicamente la sustancia activa de la
planta, la salvinorina-A. Pero saben una cosa: una dosis de un miligramo
de esa sustancia pura, sería imposible de controlar para la mayoría de
los seres humanos.
Dos días antes
Él es Javier Pérez, vive en
Olavarría, en el campo. Si pasa por su casa, no descubrirá nada extraño.
Pérez cultiva plantas, como cualquier otro arrendatario de la zona.
Pero, para aquellos que lo conocen bien, Javier es el delivery de Dios.
Es uno de los más reconocidos proveedores de plantas sagradas de
Sudamérica. Es dueño de Cahuinandencul, una empresa que distribuye
legalmente y a ritmo internacional extractos, semillas y plantas que
utilizaban los curanderos, chamanes y sacerdotes en sus rituales. Dice
que los pedidos de salvia divinorum se quintuplicaron desde 2002, el año
que se abrió al rubro. Ofrece el gramo de extracto de salvia de 30 a
135 pesos, de acuerdo a su concentración. Además, provee extractos
líquidos y hojas de planta. “La salvia divinorum es uno de los productos
que más se venden”. Además de la venta, Pérez mantiene vivo un foro de
500 personas de todo el mundo que discuten sobre métodos de cultivo de
la planta y temen que algún día les caiga la prohibición en sus países.
“Hay más de 800 variedades de salvia y una sola tiene la propiedad de
ser sagrada. Los mazatecos en México la utilizaban para adivinar el
futuro, diagnosticar enfermedades y encontrar objetos perdidos.
Tradicionalmente, ellos mascaban las hojas. Y así el efecto es más
paulatino. Fumarlo es un invento moderno. Y el efecto dura minutos pero
es más violento”.
El cultivo de salvia divinorum
—la llaman también salvia de los adivinos, yerba maría o ska pastora—
es una práctica compleja, caprichosa y meticulosa.
Cada vez que hablo con la
gente que cultiva salvia, me dicen cosas como: “La tuve que trasladar
mucho y se me estresó”. O: “No te digo que vengas a verla porque está un
poco triste. Pero ya se va a recuperar”. La salvia sufre el frío. Y el
contacto directo del sol la fulmina. No se reproduce por semillas, sino a
través de esquejes, de sus propias ramas. Pérez necesitó hacerla traer
tres veces desde México hasta que logró que su planta sobreviviera al
cambio de paisaje de Oaxaca a su campo de Olavarría. Y necesitó dos años
para poder reproducirla y tener suficiente capacidad para venderla. Hoy
en su campo posee más de 100 plantas y dice que la demanda es tal que,
una vez al año, debe dejar que las plantas descansen algunos meses y
suspender los envíos.
Algunos datos técnicos: la
salvia divinorum es de la familia de la menta y mide entre 0.5 y tres
metros de altura. Las hojas son ovaladas, tienen un tamaño de 25
centímetros de largo, y, en fin, qué carajo importan estas cosas. Lo
importante es el resultado. “No es una planta adictiva ni tampoco de
abuso”, precisa Pérez. “En Buenos Aires se adapta bastante bien. Y conozco personas que ya la cultivan en Neuquén y en Río Negro.”
En el único lugar del mundo
donde crece en forma silvestrees en Oaxaca, en México, en la Sierra
Madre Oriental, a 1.500 metros de altura, en unos bosques
endemoniadamente húmedos. Allí habitan los indios mazatecos, el primer
pueblo en utilizar la salvia como un ritual sagrado. Hay, se estima, 339
mil mazatecos en México. Otro mundo: entre ellos hay curanderos,
brujas, hechiceros. Solucionan problemas de mal de ojo, mal aire,
pérdida del alma. La más importante chamana mazateca fue María S a b i n
a. El norteamerica- no Robert Gordon Wasson, uno de los más grandes
investigadores de plantas sagradas, pudo acceder a los rituales de María
Sabina y más tarde se encargaría de difundir los hongos y la salvia de
los mazatecos por todo el mundo. Se cree que las plantas de hoy son
hijas de aquellas que recogió Wasson en los años 50. Mientras tanto,
Sabina, que murió a mediados de los 80, se transformó en un referente a
escala mundial de los exploradores de la conciencia. Ella dijo: “Hay un
mundo más allá del nuestro, un mundo lejano, cercano e invisible. Ahí
vive Dios, viven la muerte, los espíritus y los santos. Es un mundo
donde todo ha sucedido y todo se sabe. Ese mundo habla, tiene un
lenguaje propio. Yo repito lo que me dice. Los hongos sagrados me llevan
y me traen”. Y no mentía.
Imaginé que Oaxaca era una
zona donde todo el mundo consumía salvia. Imaginé mal. Askari Mateos es
un periodista precisamente de Oaxaca y no sólo no probó la salvia sino
que no conoce a nadie que la haya probado. “Pues mira, sé de la
existencia de esa planta en la Sierra Mazateca, supongo que para
conseguirla hay que ir allí, es decir subir a la Sierra y comprarla,
cosa que no ha de ser nada difícil, como tampoco lo es comprar hongos.
Pero honestamente hice un sondeo y no hubo nadie que la consumiera. Sé
de buena fuente que un gran número de lugareños consumen hongos en un
sentido religioso o ritual. Pero en la ciudad de Oaxaca no hay jóvenes
que la consuman, es más serán muy pocos los que la conocen y es el mismo
caso en DF, donde prepondera el consumo de drogas sintéticas”. Consulto
a otro colega en el estado vecino de Guerrero. Dice Paul Medrano,
editor del periódico La Jornada: “El consumo de la salvia en el sureste
de México no es muy popular. Tiene fama de ocasionar un fugaz mal
viaje”.
A la hora señalada
Son las 19:30 y aquí llega
puntual Jorge Giménez cargando una bolsita de papel. El punto de
encuentro es la casa de Galento, músico y amigo, en Almagro, a cuadras
del Abasto. Giménez tiene barba candado, camisa y pantalón de vestir.
Parece el hombre más normal
del mundo. Llega, apoya la bolsa con cuidado en el suelo y le dice al
fotógrafo: “Perdón, pero no tuve tiempo de plancharme la camisa”. Dice
que pasar por normal e inadvertido es lo mejor del mundo. Ideal para lo
que hace. Es un chamán y también un cuidador de los que consumen
plantas. Hay, sin embargo, algo extraño en su mirada, una dimensión
diferente. Giménez capta cada movimiento de la casa prácticamente sin
moverse, como un reptil. Ojo, tal vez soy yo que me estoy haciendo el
coco. No me haga caso. “¿Podemos apagar esta música? Yo traje mis
propios compacts”. Giménez pone un cd de música de pianitos y cascadas
de agua, y despliega su arsenal sobre una mesita ratona: dos pipas, una
de piedra tallada y una de los wichis con un puma de dos c a b e z a s
—“es el símbolo de que el chamán debe estar en los dos mundos”—, dos
botellas de perfumes peruanos, un oído de ballena franca, un instrumento
de música, una pipa de agua, una caja de sahumerios —“estos hasta hace
poco no se conseguían más”—, una bolsa de tabaco para pipa y un soplete.
Y lo principal, un frasco de mermelada de naranjas con un sticker donde
se lee 5x. Jiménez lo acaricia: “Este el extracto de salvia más suave.
Igual, va a ver lo que es suave para la salvia. ¿Ustedes publicaron en
su diario que esto era la nueva marihuana? No saben cómo se
confundieron. En lo único en que se parecen es en que las dos son
plantas”.
Giménez coloca el extracto en
un platito. Llena la pipa wichi con tabaco, la enciende y la pasa. “Fume
y tire el humo sobre la salvia con el deseo que lo trajo hoy acá”. Al
menos, pienso, ya que los\ mazatecos la utilizaban para encontrar
objetos perdidos, quizás puedo encontrar las zapatillas que me robaron
los perros. Unas zapatillas lindísimas y nuevas que usaba para correr.
Esos guachos se las llevaron. Giménez pronuncia una oración en otra
lengua. “Es parte del ritual wichi”, dice. El fotógrafo capta la escena.
“No más fotos”, ordena el psicólogo. “Los chamanes nunca se dejaron
filmar”. Luego, coloca la salvia en la pipa de agua y advierte: “Cuando
vea el soplete sobre la cazoleta, aspire fuerte y trate de contener el
humo durante 20 segundos. Son tres pitadas en total. Va a ver: es como
una trompada”. La primera vez pito y suelto el humo. No pasa nada. “Más
fuerte,más fuerte”, pide Giménez. Pito una segunda vez y el humo me sale
por la nariz. No llego a retenerlo 20 segundos ni en pedo. “Esta vez
más fuerte, que suene la brasa”. Es mi última chance, pito con más
intensidad y algo sucede. La realidad se suspende, se licúa. El
fotógrafo me ve alzar una mano hacia la luz, recostarme en el suelo y
decir con los ojos abiertos: “Volé”. Y es exactamente lo que sucede. El
humo me succiona hacia arriba. No soy más yo. Este es el momento exacto
en el cual dejo de tomarme los recuentos de plantas sagradas para la
joda y paso al otro lado del mostrador. Y aquí viene la parte más
graciosa, más que la del salvavidas de oscuridad o la del tipo que se
transportó a la época de los dinosaurios. Se va a reír mucho pues yo me
hubiese reído si me lo contaban: allá arriba, o donde sea, me encuentro
con otra persona. ¿No es graciosísimo? Por eso voy a decírselo
nuevamente para que me entienda: me encuentro, de verdad, con otra
persona. Y, por un momento, soy él. O ella. O lo que coño sea. Y no
estoy alucinando. La salvia, como le contaba más arriba, no es
alucinógeno. Es un onírico. Estoy consciente. Y esta persona que no soy
yo ocupa mi lugar y, durante un tiempo, puedo sentir como siente
él/ella. Este contacto me cambia para siempre. Y se lo juro: no soy yo,
me conozco bien. Mis sueños más creativos consisten en diferentes formas
de tocarle el traste a Wanda Nara. Giménez dice: “Siga la música.
Solamente sígala”. Y después se toma su revancha: “¿Vio que no era como
la marihuana?” Pero ya no es más Giménez para mí. El fotógrafo registra
la escena. Pero ya no es más un fotógrafo para mí. Yo estoy en el techo
observándolos y la habitación gira como en los caleidoscopios que te
venden en las ferias. Esta es la parte de fantasía de la planta, la
parte barata, la parte que me esperaba. Pero la otro no. No reconozco ni
a Giménez ni al fotógrafo ni a este lugar. Y, lo que es más asombroso,
ya no me reconozco a mí. Es todo muy extraño. Lo que antes era familiar,
ahora es inhóspito. Como en algunas misiones espaciales, tengo serias
dificultades para volver a casa. Me introduzco lentamente en el cuerpo
como quien se prueba un jean ajustado. La salvia corta una cuerda muy
sutil. Mi firma, mi historia, mi nombre son parte de ese jean. Me l o
puedo poner. Me lo puedo quitar. No cambia nada. Trato de levantarme.
“Espere un poco más”, dice Giménez. “Disfrútelo. Este es un viaje que va
más allá de las biografías.” Sin embargo, quiero incorporarme para
contar lo que vi. Para mí, pasaron segundos. El fotógrafo me informa que
pasaron más de 20 minutos.
Digo: “Me encontré con otra
persona”. Giménez está en el sillón cruzado de piernas como cualquier
psicólogo, pitando de su pipa wichi. Y agrego: “Y era mucho mejor que
yo”. “Es usted, flaco”, aclara él. “¿Está seguro: mire que yo lo sentí
como otro?” Giménez exhala el humo y se ríe: “Es usted, pero en una
instancia más elevada. Por eso no se reconoce”.
Si alguien me contara todo
esto me parecería una tremenda pelotudez. El diálogo de dos
desquiciados. Es para reírse. Pero es la verdad. No hay otro modo de
explicarlo.
La zapatilla que me robaron
los perros, no pude encontrarla nunca más. Pero, gracias a la salvia
divinorum, a la diosa de la planta, a la química, o a quien corno sea,
me encontré a mí.
Castaneda, Cocteau, Huxley y
todos los que experimentaron con plantas y tuvieron el coraje para
contarlo: ahora sé por qué lo hicieron. Ahora entiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario