domingo

Los cuentos de Andrea

Algunas rubias son buenas,
le sentencié a los 6 años a mi amiga Gaby -hoy capa de una agencia súper top de publicidad-.

Me miró intensamente con sus ojos negros abismales, tratando de adivinar el motivo de semejante aseveración, que desmoronaba la teoría existencial que nos sustentaba desde antes de ingresar a la escolaridad... las rubias, ya lo habíamos decidido: eran malísimas! todo un raid delictivo repleto de maldades, que solíamos sintetizar con un auténtico high concept: "se hacen las lindas".

Conocí a esta adorable rubia fatal, Andrea Grynberg, cuando no levantábamos muchos centímetros del suelo, pero ella ya era una hipster, un referente, Andre lo sabía todo...

Creo que a los 7 años, cuando aún luchábamos contra la indivisibilidad del diptongo, escuché que le explicaba a su hermanita qué textos entraban en un diario íntimo, y puntualizaba con la síntesis de un buen escritor cómo dejar registradas las tormentas que nublaban nuestros días de caramelos.
Mi infancia dark fue un poco mejor gracias a que una vez por semana veía a mi rubia buena,  la más linda de todas... 
Y luego, en la adolescencia, nuestro reencuentro fue fundacional. De los muñequitos de Sarah kay a las brigadas sandinistas, con Andre hicimos juntas esa transición hormonal y vertiginosa, mucho antes de los 15. Su casa era un punto de encuentro, un segundo hogar;  y lo que pasaba allí por las noches -fiestas multitudinarias, polvos fugaces, tríos, porros, flashes freaks de la escena trosko-lumpen universitaria-, no sé como convivía armónicamente con unas mañanas soñolientas y prolijas, donde Susy, su mamá, nos despertaba con un café caliente al grito de se acabó la joda, llegó Fidel.


Me divertía ver cómo Andre dejaba un tendal de enamorados en cualquier ámbito que pisábamos, mientras ella estaba en otra, en la suya, a veces en ese microcosmos que compartíamos, en el que Trotsky, Cortazar, los Beatles, Paulo Freire, Sartre, los Stones, y Pizarnik entre muchos otros se daban la mano, o bailaban con nosotras.

La cronopia Andrea escribe desde siempre, desde antes de tener conciencia de lo que escribía... y este cuentito de ella que me encanta, me atraviesa como una flecha. es Inquietante, tierno, da vértigo... como ella...
disfrútenlo:


El diariero


Querido diario,
Hoy te quiero a hablar de los grandes.  Los grandes son tan raros, ¿no te parece?  Y últimamente en mi familia, todos los grandes están actuando  comos si se hubieran vuelto locos de remate.  No sé que pensar.
Yo antes creía que los grandes lo sabían todo, que eran muy sabios e importantes.  Ahora me doy cuenta de que los grandes son  egoístas, injustos y estúpidos.  Se lo pasan todo  el tiempo hablando de cosas sin sentido, bajan la voz o cambian de tema cuando nosotros los chicos nos acercamos, para que no podamos escuchar su conversación y  siempre parecen estar enojados o preocupados o demasiado cansados para jugar. No los entiendo para nada.


Desde que mi papá ya no vive acá con nosotros, los grandes de mi familia se están comportando de una forma de lo mas extraña.  Parecen otros.  Mi papá, cuando lo veo, me dice que esta muy triste porque mi mamá lo echó de casa, y que eso paso por culpa de mi abuela Rosario. Según el, la abuela Rosario siempre le está llenando la cabeza a mi mama de ideas raras.
Cuando le pregunté a mi mama si era cierto que ella había echado a papá, me dijo que mi papá era un mentiroso, que siempre intentaba cosas, y que no debía creerle nunca nada de lo que me dijera.
Mi abuela Rosario, por otro lado, no pierde oportunidad para decir cosas malas de mi papa; ayer vino a visitarnos y la escuché decirle a mi mamá que mi papa era una porquería y un mal padre.  Y  mi otra abuela, la abuela María, la última vez que fui a su casa, me dijo que mi mamá era una loca, y después me miro con ojos tristes, como que iba a llorar, y me dijo "pobrecita querida" y me regaló un chocolate.  El chocolate estaba buenísimo.  Era uno de esos que viene con  una sorpresas adentro.  Me da un poco de miedo mi abuela Maria. Según mi mamá, ella fue la que  lo mató a mi abuelo, el papá de mi papá.  Pero mi papa había dicho que mi abuelo había muerto de una úlcera cuando él era chico.  ¿Cómo explicas eso?  ¿Y qué será una ulcera?
Yo sé que mi papa es bueno, pero no sé por qué pasó lo que pasó, ni lo que va a pasar de ahora en adelante.  A ninguna de mis amigas les pasa esto, y no sé con quien hablar. Por suerte te tengo a ti.
Hablando de grades y de cosas raras, ¿te acuerdas de mi novio el diariero?  El que tiene el kiosco de revistas, y que es tan lindo y tiene esa sonrisa tan hermosa y que siempre está contento y le encanta hablar conmigo? El que aquella vez me dijo que yo era muy linda y me pregunto si tenia novio… Por eso pensé que yo le gustaba. Y si no, ¿por qué  me invitaba a mirar todas las revistas que quisiera, y hasta me prestaba algunas para que las viera más tranquila en mi casa? Yo soñaba que el diariero y yo nos iríamos a casar cuando  fuera grande. Pero ahora sé que no es así.
El otro día, cuando volví a casa, adivina a quién me encontré tomando café en la cocina con mi mama? ¿Lo adivinaste?  Cuando lo vi ahí sentado casi me muero, pero traté de que no se notara. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar? 
La cena está lista, y mi mamá me está llamando.  Ojalá que no sea sopa.
Hasta siempre,
Margarita.

El diariero. © Andrea Grynberg.

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